viernes, 24 de diciembre de 2010

Servilletas de papel

*Sueño*
Era un día como cualquier otro en el que la pelirroja se levantó y bajó a desayunar envuelta en una bata de seda azul eléctrico que hacía juego con su escotado camisón. Poco le importaba realmente que la mirasen mal, o que desaprobaran su vestuario, puesto que, se estaba entre familiares y no debían extrañarse de las rarezas de su  propia sangre, aunque siempre había alguno dispuesto a criticar cualquier detalle por insignificante o común que fuera.

Su cabello alborotado la seguía e iba atrapando los destellos dorados que el sol lanzaba a través de las ventanas que había a los largo del pasillo que recorría. Hoy se había levantado tarde porque llevaba ya unos días en que el trabajo no le permitía volver pronto para casa y por ser sábado se merecía ese exceso de sueño y se lo podía permitir, puesto que no trabajaba.

La casa estaba silenciosa, cosa bastante común puesto que la mayoría dormían a esas horas o habían salido para aprovechar el día, aun así de camino al comedor se encontró con varias personas sumidas en sus propios asuntos. Ninguno la saludó, cosa que tampoco molestó a la pelirroja puesto que aun estaba desasido dormida como para hablar, además de que estaba mas que acostumbrada a que la gente pasara de largo ante ella. Tan solo le prestaban atención si su hermana la presentaba a alguien, pero pronto perdían todo interés en ella, tampoco es que lo lamentara.

El comedor estaba casi vacío, tan solo una persona había sentada a la mesa. La chica paró sus pasos casi en seco y dejó de restregarse los ámbares ojos que ahora veían con mucha claridad a aquel hombre de cabello castaño. Se parecía, por la descripción de su hermana a uno de los tantos primos lejanos que vivían en la mansión, pero no fue eso lo que le llamó la atención a la chica, sino, el sitio que tranquilamente ocupada en la mesa donde estaba desayunando.

En una esquina del comedor apareció un elfo, portaba el desayuno de la joven y posó la bandeja al otro lado de la mesa, justo enfrente del sitio ocupado. Por otro lado la chica suspiró contrariada y se acercó al hombre por la espalda.

-Veo… que te gusta mi silla…- Susurró al oído del joven.

Él mojaba hábilmente galletas en la taza de café con leche que tenía al frente y no respondió de inmediato, sino, que hasta no haber tragado el bocado no hizo ademán de contestar. Primero miró un poco ceñudo a la chica, puesto que ella estaba casi recostada sobre él, el ondulado y rojo cabello de ella caía sobre el hombro de él y sus rostros estaban muy cercanos. Ella estaba segura de que incluso podía oler el perfume de vainilla y naranja que llevaba puesto siempre.

-No trae tu nombre…- fue todo lo que dijo y le dio un trago a su taza, cuando ella ya casi daba el tema por zanjado él continuó. –No sé que le ves de especial a la séptima silla, frente a la séptima ventana, siendo esta la mas alejada de la puerta-

“Vaya… se molestó en contarlas, es mas listo de lo que parece”- Pensó la chica distraídamente mientras le daba mas espacio y comenzaba a rodear la mesa rumbo al lugar donde estaba la bandeja.

-Pero vamos, que si te molesto… Haber bajado antes a desayunar. - No quiso decir “que ahora estaba él”, puesto que habría sonado descortés y poco caballeroso, y ante todo no quería perder las formas, no tan de mañana.

Ya otras veces había ocurrido aquello y por eso el elfo ya conocía la situación que tomaría la joven pelirroja, posando la comida frente a su compañero de mesa y desapareciendo de inmediato, dejando a la chica ignorando que de vez en cuando el hombre se le quedaba como embelesado.

Al sentarse ella su bata se abrió generosamente, provocando una ligera reacción el su observador, pero en ella nada, puesto que lo que tenía era hambre y no frió. A los pocos minutos los dulces de la bandeja desaparecían poco a poco primero en un baño de café solo y luego tras los jugosos labios de ella.

Tras alargar su desayuno él rodeó la mesa al completo seguido por la disimulada mirada ámbar de la chica. Al llegar a su altura se inclinó sobre la joven tal y como había hecho ella, dejando que su musical aroma le llegase a la nariz antes de hablarle.

-Ya tienes tu sitio, si lo quieres- dijo y se alejó, dejando la puerta del comedor abierta tras de si.

Ella sonrió, le hizo gracia que la informara a pesar de que lo había visto levantarse y acercarse a ella, pero terminó donde estaba y después subió a su habitación, cruzándose con él. Ella sonrió, él solo inclinó la cabeza, puesto que parecía con prisa.

Desde ese día se lo encontró repetidas veces, por el castillo, sin llegar a cruzar mas que vagos saludos y poco mas. A sus oídos llegó que era hijo de los patriarcas de la familia, por tanto un primo bastante lejano y que acababa de regresar del internado en el que había estudiado no se sabía muy bien el qué. Por sus lazos de sangre, porque no perdía nada mas que un saludo cada mañana y porque se aburría decidió intentar ser su amiga.

Ese día en la servilleta del desayuno escribió “Aquí estuve yo, Ahïsa” dejándola sobre la mesa una vez el desayuno hubo desaparecido, puesto que después desayunaría él en es mismo lugar y la vería. Salió del comedor con la esperanza de recibir respuesta.

**Avance en el tiempo del sueño**

Ese día había sido duro y ni tiempo había tenido de ir a comer a casa. Hacia horas que había pasado el momento de la cena, pero estaba hambrienta y de la puerta de la casa se fue directa a las cocinas.

Allí los elfos estaban ajetreados en limpiar en menaje de la cena, otros hacían la colada o iban a hacerla y un grupo mas reducido sacaba brillo a los candelabros del comedor; abstraídos en su trabajo no prestaron demasiada atención a la reclamona pelirroja que pedía algo de comer.

Al final uno de los que secaba platos se volvió hacia ella sonriente y mientras se secaba las pergaminosas manos se acercó hablando.

-Tengo algo para vos Señorita-

No dijo mas, tan sola la llevo ante una mesa en la que descansaba una bandeja con campana de metal, como en las que se servía la comida y a la joven se le hizo la boca agua de solo pensarlo. Con ansia destapó lo que creía comida y se quedó estupefacta.

Nada mas había un servilleta de papel delicadamente doblada en forma de flor de agua. Se volvió con un brillo salvaje en los ojos buscando al elfo, que había desaparecido como si adivinase lo que le ocurriría si le tomara el pelo a la chica.

-Esto tiene que ser una broma sin gracia porque sino…-

-Señorita no veo el porqué de su molestia pensé que se alegraría de recibir un mensaje que me llevó 3 horas arrancar de la mesa del comedor.-

La interrumpió el elfo mientras le posaba una bandeja de comida sobre la tabla. Esa explicación y ver la comida frente a ella suavizó su mirada volviéndola de nuevo tranquila y cálida. Como tenía hambre primero se deleitó con un par de frutas y terminó con un delicioso alfanjor que se le deshacía en la boca de cremoso que estaba. Cuando volvió a reparar en la servilleta, no fue para limpiarse, si no que, una creciente curiosidad por saber que significaba comenzó a ser mas grande que su hambre.

Se llevó la flor de agua a su habitación y al día siguiente ella misma diseñó una flor con su servilleta escribiendo en otra “Gracias por el detalle, pero aun no se como te llamas”

Esa misma noche buscó al elfo en las cocinas, pero éste le dijo que no tenía nada para ella y se fue decepcionada y sin cenar, puesto que se le quitó el hambre. Subió a su habitación y tras desvestirse se cepilló el pelo. Estando haciendo esto, cuando reflejado en el espejo del tocador vio que la servilleta estaba cambiada de lugar, ahora descansaba sobre su mesita de noche en vez de en el sinfonier donde ella lo había dejado.

Se acercó para cambiarlo y bajo la flor descubrió un pergamino con una pulcra y estilizada letra masculina que no conocía. “Tendrás que deshacer la flor para saber mi nombre” Con dedos temblorosos y un toque de lastima por deshacer el trabajo desdoblo con cuidado la servilleta. En su interior había una única palabra trazada con tanto esmero como las letras del otro pergamino “Ethan” leyó.

*Fin de sueño*

La pelirroja se sentó en la cama, temblorosa y sintiendo el intenso frío metido por su desnudo cuerpo, como si la muerte la abrazara intentando conseguir de ella la claustrofóbica vida que ahora llevaba. En la habitación solo había una titilante vela sobre el tocador de ella y con su luz bañaba el rostro del hombre, que miraba dentro de la cajita de madera labrada donde ella guardaba sus pocas joyas y tesoros.

Él parecía tener una expresión triste, examinaba cada joya con delicadeza a pesar de que, ni eran caras, ni ostentosas, la chica siempre había sido sencilla y poco presumida y ahora lo observaba desde el espejo, revolver sus cosas sin pode hacer nada.

Tomó aquella flor de servilleta  que había sido reconstruida y una cálida sonrisa disipó por unos segundos su tristeza y sus turbios pensamientos procedentes de la productiva tarde, mientras recordaba cómo había conocido a la chica que tenía atrapada en el espejo.

Él siguió revolviendo entre las cosas de la joven como si la estuviera recordando, mientras los ámbares ojos de la pelirroja se cerraban para intentar alejar de sus dulces irises las lágrimas de un recuerdo que en otras circunstancias podría ser agradable.

El suave sollozo de ella no alteró al hombre mientras estuvo sentado en el tocador, luego se le hizo molesto, pero Ethan no alcanzó a imaginar que era aquel ruido.

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