domingo, 5 de septiembre de 2010

Él, Ethan...

Después del repentino enfado que tuvo, se marchó y pasaron las horas hasta que volvió a la habitación. En ellas intentó serenarse, siéndole un poco difícil, puesto que amaba a aquella pelirroja, pero no lo iba a reconocer… Aun no lo sabía.

Ethan se sentó en las escaleras cercanas a la habitación, no quería marcharse demasiado lejos, quería permanecer al lado de la joven, aunque se odiaba a si mismo por lo que había hecho y no saber cómo arreglarlo. Desde que la había hechizado, había buscado entre los libros de la biblioteca, en los que ella tenía en la habitación e incluso en los que él tenía en la suya, pero  no había encontrado nada y ni siquiera recordaba de donde había sacado la nota en la que estaba escrito el hechizo.

Ella lo había escrito, su letra clara y fina estaba trazada sobre el amarillento papel que el hombre sostenía, bueno más que sostenerlo lo tenía espachurrado en la mano, como si temiera que las letras salieran corriendo de la hoja.

Sentado en los escalones tenía la cabeza entre las manos, permaneciendo en silencio largo rato, hasta que pasó por su lado una dormida y risueña joven castaña idéntica a la pelirroja que él guardaba, sintió una punzada de dolor al darse cuenta de que ella no sabia nada, lo mas seguro es que pensara que estaba de viaje…

 Miró el reloj de su muñeca, se le hacía tarde y tenía que ir a trabajar, pero “No quiero alejarme, no me concentro en lo que debo, no tiene sentido ir.”- pensaba, pero la rutina le ganaba y su cuerpo se movió sin la orden partir.

Aun pensando en que no quería ir, tomo su capa y dejó el castillo de sus padres distraído de los pensamientos que cualquier otro día le hubieran ocupado… como la importante reunión que tenía hoy y a la cual no podía faltar.

Para él siempre había sido lo primero, su trabajo, en la única librería que se encontraba el libro que buscas, tan solo cruzando su puerta. Era una tarea ardua que requería mucha concentración por su parte y un buen funcionamiento del sistema de detección mágica.

Hoy como tantos otros días tomó el transporte más rápido para ir de un edificio a otro, ya tanta experiencia tenía en viajar con la Red Flu, que ni en el mas accidentado de los viajes lograba que sus ropas, ricas y de buen gusto, no llegaran impolutas a la tienda en la que estaba de experto librero.

Allí lo aguardaba una exultante joven de unos 20 años morena y de ojos color verde mar, que como cada mañana lo saluda y le hace un comentario pícaro.

-Buenos días mi apuesto caballero, ¿hoy lograré su favor?-

-Hola Sara…- contestó distraído.

Su figura esbelta, de buenas formas y peso ajustado, hubiera tentado a cualquiera, puesto que siempre llevaba ropa bastante generosa en cuanto a vistas.  Pero para él ella no era mas que la hija del dueño, una niña lo suficiente inmadura como para ofrecérsele a cualquiera. Pasó por su lado habiéndola saludado, hacia la trastienda y ella un poco enojada lo fue a seguir, pero la llegada de su padre la disuadió de la persecución planeada.

Dejó su abrigo cuidadosamente sobre el respaldo de una silla, se desabrochó los gemelos de la camisa, siendo la rutina de cada día. Otros días se esmeraba en ordenar alfabéticamente los libros que tenía sobre la mesa y después lo hacía por secciones, hoy no le importó el montón de libros que esperaban su turno para pasar por sus manos expertas, se fue directo a las estanterías sección de “magia delicada” sección nombrada así para dejar claro que contenía libros de magia oscura y mas bien prohibida, con los que era mejor tener cuidado.

Que él pensase en recurrir a ese tipo de magia denotaba su desesperación y estaba desesperado porque no tiene las cosas bajo control. Además de porque quería a la pelirroja lejos de él, pero a su vez la quería cerca, lo suficiente cerca como para alargar la mano y tocarla. Tal vez por cabezota y orgulloso o simplemente por nunca haber sentido aquel cosquilleo en los dedos y el desasosiego de no verla, le iba a costar aceptar aquel sentimiento.

Recorrió con manos expertas todas y cada una de las estanterías de la sección “magia delicada” y en una segunda batida sacó unos cuantos libros que amontonó cuidadosamente en la mesa. Cogió el más delgado de todos y comenzó a hojearlo sin leer nada en particular, buscando con ojo experto la palabra “espejo”, “atrapamiento” o el conjunto “superficie reluciente”

No encontró nada y pronto dejó ese libro a parte y cogió el siguiente, el cual le llevó mas tiempo hojear puesto que su letra era mas pequeña y estaba mas apretujada. Encontró detallados dibujos sobre vudú,  “Realice un Gafe”, “enferme repentinamente” y “Olvide cosas” Eran algunos de los títulos capitulares que encontró en el libro, pero parecía que ninguno servía para lo que él necesitaba.

Había sacado de las estanterías los libros que su instinto le decía que eran los más apropiados y que su búsqueda en ellos fuese infructuosa lo dejó abatido y furioso consigo mismo. Para colmo sentía los fríos ojos de su jefe en la espalda, sabía que era observado detenidamente por el dueño y decidido intentar disimular sus ansias.

En ayuda a eso, sonó la campanilla de la puerta y eso suponía clientes a los que atender. Le llevó mas de la cuenta dar con el libro que la bruja deseaba adquirir, pero el dueño no daba señales de tener intención de ayudarlo, tan solo sostenía la cortina apartada, lo suficiente como para escrutar la tienda y que no le vieran.
Claro que ignoraba que la última vez que había lavado la cortina de separación, ésta había menguado, por lo que sus zapatos, de brillante charol negro, asomaban por el hueco de bajo, puesto que la tela no llegaba al suelo.

Al final la mujer se llevó lo que buscaba y él pudo meter el dinero en la caja. El resto del día fue mas bien tranquilo, más clientes que venían y mas libros que se iban, pero lo realmente importante llegó tras el almuerzo.

-Vamos, joven… pasa.-

El dueño lo reclamaba en el interior de su despacho y su puerta normalmente cerrada estaba custodiada por su hija, que se mordía los labios de forma picara al seguir con la mirada al apuesto empleado de su padre. Cerró la puerta en cuanto entró en la sala pero ella se quedó fuera, sabía que los asuntos de su padre no la incumbían en lo más mínimo.

Se acercó el hombre al fuego, dándole la espalda a su empleado y por unos segundos permaneció así, en profundo silencio hasta que se hizo incomodo.

Ese tiempo lo utilizó para que sus ojos se acostumbrasen a la penumbra de la sala y a la vibrante llama de la hoguera que caldeaba  la estancia en un vivo consumir de carbón de la mejor calidad calorífica y el suave aroma del roble que se carbonizaba en el hogar. Mucho mas no tuvo que esperar puesto que el librero se giró y lo miró, tan solo un segundo. Después se fue a su escritorio donde se sentó.

-Ethan tengo algo que contarte y algo que pedirte… pero vayamos por partes-

El hombre sonrió recordando la celebre cita de “Jack el destripador” y le ofreció un asiento frente a si mismo,  prendió una lamparita de mesa, que comenzó con luz débil  fue aumentando de intensidad evitando así que fuese molesta para los ojos.

Parecía triste y abatido, con sus manos en los reposa brazos de su sillón de cuero, esperando a que sus propias ideas tomaran forma para poder contarle todo al joven empleado que tenía enfrente y del que no dudaba de su profesionalidad si en cuanto a libros se trataba.