martes, 3 de agosto de 2010

Promesa


La habitación se había quedado a oscuras, puesto que las velas no reconocían la presencia de nadie, a pesar de estar la joven de mirada ambarina atrapada en el espejo y presente en la estancia. No era de extrañar que no la reconocieran puesto que era necesario crear movimiento en la habitación para que surgiera efecto de algún tipo.

El silencio lo llenaba todo, la soledad se oía y el grifo del baño goteaba rítmicamente haciéndolo casi insufriblemente molesto. No se movía nada, ni el dosel de la cama ni las pesadas cortinas, a pesar de que la ventana estaba un poco abierta, ni una brizna de aire se colaba en la habitación.

Ésta era de un estilo colonial, toda de madera natural encerada, de suaves formas curvas y labrado meticuloso; en el cual, las uniones eran casi imperceptibles. Laboriosos dibujos bañaban y adornaban de forma discreta algunas de las superficies mas planas y el pan de oro las resaltaba consiguiendo una mezcla perfecta de lujo y discreción que en otros lugares del castillo no es encontraban.

La habitación de la joven constaba de dos salas y un baño interior. La primera de las salas era la que daba el acceso desde el pasillo y era más bien pequeña. La penumbra la bañaba casi siempre, puesto que rara vez se apartaban las cortinas del todo. Entre las sombras descansaban al menos un centenar de libros, algunos extremadamente raros y únicos.

A pesar de ser una sala pequeña el despacho también contaba con un escritorio una pequeña mesita y un sillón de orejas junto a la chimenea que compartía con la alcoba. En una habitación parecida a aquella había dormido con su hermana toda la vida, claro que, tan solo hasta que su gemela pidió independencia puesto que era mas inquieta que la pelirroja y empezó a pegar cosas por las paredes que incluso podrían llegar a ser desagradables.

-Dios mio ¿Cuándo será el día en que te guste un hombre y tengas la necesidad de colgar una foto suya en la pared para poder verlo?- Solía decir gemela castaña cada vez que la pelirroja se quejaba por sus posters

Lo que sin duda ignoraba era que a su hermana ya le gustaba alguien, pero que no tenía necesidad de una foto, puesto que podía verlo cuando quisiera, ya fuera, en la casa o en la librería en la que compraba todos sus libros.

De saber que su hermana estaba prendad de aquel hombre que la parecía indiferente a su trato, aparte de regañarla, le hubiera retirado la palabra a él por su comportamiento. Lo considera menos que una estatua fría e insensible, incapaz de amar a alguien o algo que no fuesen sus libros. A pesar de su rica conversación solía evitar estar con él a solas. Para si misma aun no comprendía como seguía a flote la tienda donde trabajaba puesto que para ella era un hombre que no debía agradar.

Pero poco importaba todo aquello, no eran más que divagaciones de una mente aburrida y descripciones de algo que sin duda tardaría en volver a ver. El frío lo tenía calado en los huesos, los dedos de los pies mas que azules, ya parecía violáceos y sus labios en otro momento jugosos y húmedos ahora tenían el aspecto de que hubieran estado en el desierto.

Se sentía sola y congelada, pero estaba claro de que nadie la iba  ayudar, nadie sabía que ella estaba allí, nadie nunca la había echado de menos y eso no iba a cambiar por estar encerrada en un espejo. Su gemela hubiera notado si le pasaba algo, pero no estaba segura de que sintiera lo que la pelirroja sentía en ese momento…

Desesperación por salir. Pero ¿salir de dónde?

Cuando él se había ido enojado sintió alivio, luego rabia y al final, desolación y pánico a la soledad, comenzó a sollozar primero, luego a llorar a lagrima viva, presa de un ataque de nervios, ella sabía que no lograría nada de aquella forma, pero una vez había comenzado no podía impedir que sus lagrimas resbalasen por su rostro, como perlas de escarcha, ni que su cuerpo dejase de convulsionar como lo hacía.

Lo cierto fue que en medio de las lagrimas se dio cuenta de que no echaba de menos a nadie en particular, no sentía la necesidad de que alguien la abrazara, no sentía la necesidad de ver a nadie, ni siquiera a su madre, tan solo quería salir del espejo, poder bañarse y con uno de sus libros sentarse junto a la chimenea y dejar que pasasen las horas, sin importar el tiempo que pasaba de aquel modo.

Ni siquiera deseaba la presencia de su hermana y la de él menos que cualquier otra. No quería verle no quería pensarlo tan siquiera…

-Esto me lo vas a pagar muy caro, eso lo prometo- Si lograba salir del espejo si iba a intentar cobrársela, pero simplemente se engañaba a si misma.

Junto con esa frase dijo algunas otras, quizás en latín, quizás en otro idioma perdido y siguió sollozando hasta que se quedó dormida con los puños apretados y hecha un ovillo, acurrucada entre las sabanas.

1 comentario:

Tus comentarios siempre son bienvenidos