martes, 25 de mayo de 2010

Furia

Llevaba días viendo siempre lo mismo desde mi espejo, tan solo llegaba el hombre y se desvestía, se daba una ducha y comenzaba a pasear como animal enjaulado por la habitación. Además de que algunas veces llevaba una montaña de papeles y no conseguía más que hacer varios montones e ir pasándolos de uno a otro, sin que adelantara trabajo.

No tenía buena cara, despertaba en la noche varias veces y le costaba dormir, lo veía pasar horas y horas con los ojos abiertos y me dolía no poder preguntarle que le ocurría, aunque nunca hubiera conseguido más que un “Nada, tranquila”.

Aquella noche no era igual a tantas otras, llegó con los papeles y los posó nada más entrar en la cómoda más cercana a la puerta de la habitación, se sacó los zapatos y desabrochó los puños de su camisa. Abrió de par en par la ventana que daba al balcón y salió a la noche, cálido y fuerte el aire le agitaba el cabello suavizando el duro gesto de su rostro.

Yo tuve que arrimarme a uno de los bordes del espejo para poder verlo apenas un poquito y preguntarme qué era lo que le ocurría. Lo vi apoyar la espalda contra la barandilla y desabrocharse la camisa con gesto cansado. Permaneció unos minutos allí sin apenas moverse, hasta que decidió entrar.

-No sé porque te empeñas en esconderte, sé que estas ahí, no puedes salir-

Ni me moví, lo más seguro es que se me viera parte de el pelo por encima del marco que rodeaba al espejo, pero era la primera vez que se dirigía a mi desde el conjuro de apresamiento y no me atreví a mover ni un solo musculo, ni siquiera me tomé la libertad de sorprenderme.

-¡Vamos! ¡Quiero verte! ¡No te escondas!- lo que parecían palabras apremiantes se convirtieron en exigencias y sentí miedo de su repentino enfado.

Me alejé de la superficie reflejante y envolviéndome con la sábana esperé a que se relajara, pero eso no ocurrió. Comenzó a golpear objetos e incluso sentí como temblaba el espejo contra la pared y esperé pensando que se tranquilizaría, pero al cabo de unos minutos su voz más parecía una tormenta que la voz de un hombre.

No sabía que decirle para aplacarle, por lo que simplemente cerré los ojos y respirando profundamente dejé que las palabras fluyeran hasta mis labios.

-Si rompes el espejo ya no me veras nunca más, por mucho que exijas y grites.- Hablé apenas en un susurro, pero él escuchó perfectamente. –Si en algún momento decides romper el espejo que sepas que te perseguiré hasta el fin de tus días… Al igual que tu encontraste la forma de condenarme tan cruelmente por solo amarte, yo encontraré la forma de llevar mi venganza.-
No usaba tono amenazador solo un simple susurro que sabía que le pondría lo pelos de punta, nada dijo después, tan solo escuché un portazo y silencio. Al salir de mi escondite, uno de los márgenes del cristal vi la habitación apagada, él no se había quedado. No sabía si por que le dolieron mis palabras o por buscar una venganza más cruel que la mía.

Sabía que yo no le era indiferente, sabía que él no podría resistir la tentación de volver a tocarme, sabía que me quería aunque nunca lo reconociera. Del amor al odio había un paso que él nunca podría dar si yo estaba cerca.

-Tu dolor es mi dolor, pero no soy persona de capricho para ti, ni para nadie…- Mis palabras las engulló el silencio con un hambre voraz dejando tras de sí tan solo silencio y soledad para mi.

1 comentario:

  1. Marta :bb:

    Te quedo alucinante *O*

    Te adoro, ya quiero saber como continua esto :3

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