viernes, 24 de diciembre de 2010

Servilletas de papel

*Sueño*
Era un día como cualquier otro en el que la pelirroja se levantó y bajó a desayunar envuelta en una bata de seda azul eléctrico que hacía juego con su escotado camisón. Poco le importaba realmente que la mirasen mal, o que desaprobaran su vestuario, puesto que, se estaba entre familiares y no debían extrañarse de las rarezas de su  propia sangre, aunque siempre había alguno dispuesto a criticar cualquier detalle por insignificante o común que fuera.

Su cabello alborotado la seguía e iba atrapando los destellos dorados que el sol lanzaba a través de las ventanas que había a los largo del pasillo que recorría. Hoy se había levantado tarde porque llevaba ya unos días en que el trabajo no le permitía volver pronto para casa y por ser sábado se merecía ese exceso de sueño y se lo podía permitir, puesto que no trabajaba.

La casa estaba silenciosa, cosa bastante común puesto que la mayoría dormían a esas horas o habían salido para aprovechar el día, aun así de camino al comedor se encontró con varias personas sumidas en sus propios asuntos. Ninguno la saludó, cosa que tampoco molestó a la pelirroja puesto que aun estaba desasido dormida como para hablar, además de que estaba mas que acostumbrada a que la gente pasara de largo ante ella. Tan solo le prestaban atención si su hermana la presentaba a alguien, pero pronto perdían todo interés en ella, tampoco es que lo lamentara.

El comedor estaba casi vacío, tan solo una persona había sentada a la mesa. La chica paró sus pasos casi en seco y dejó de restregarse los ámbares ojos que ahora veían con mucha claridad a aquel hombre de cabello castaño. Se parecía, por la descripción de su hermana a uno de los tantos primos lejanos que vivían en la mansión, pero no fue eso lo que le llamó la atención a la chica, sino, el sitio que tranquilamente ocupada en la mesa donde estaba desayunando.

En una esquina del comedor apareció un elfo, portaba el desayuno de la joven y posó la bandeja al otro lado de la mesa, justo enfrente del sitio ocupado. Por otro lado la chica suspiró contrariada y se acercó al hombre por la espalda.

-Veo… que te gusta mi silla…- Susurró al oído del joven.

Él mojaba hábilmente galletas en la taza de café con leche que tenía al frente y no respondió de inmediato, sino, que hasta no haber tragado el bocado no hizo ademán de contestar. Primero miró un poco ceñudo a la chica, puesto que ella estaba casi recostada sobre él, el ondulado y rojo cabello de ella caía sobre el hombro de él y sus rostros estaban muy cercanos. Ella estaba segura de que incluso podía oler el perfume de vainilla y naranja que llevaba puesto siempre.

-No trae tu nombre…- fue todo lo que dijo y le dio un trago a su taza, cuando ella ya casi daba el tema por zanjado él continuó. –No sé que le ves de especial a la séptima silla, frente a la séptima ventana, siendo esta la mas alejada de la puerta-

“Vaya… se molestó en contarlas, es mas listo de lo que parece”- Pensó la chica distraídamente mientras le daba mas espacio y comenzaba a rodear la mesa rumbo al lugar donde estaba la bandeja.

-Pero vamos, que si te molesto… Haber bajado antes a desayunar. - No quiso decir “que ahora estaba él”, puesto que habría sonado descortés y poco caballeroso, y ante todo no quería perder las formas, no tan de mañana.

Ya otras veces había ocurrido aquello y por eso el elfo ya conocía la situación que tomaría la joven pelirroja, posando la comida frente a su compañero de mesa y desapareciendo de inmediato, dejando a la chica ignorando que de vez en cuando el hombre se le quedaba como embelesado.

Al sentarse ella su bata se abrió generosamente, provocando una ligera reacción el su observador, pero en ella nada, puesto que lo que tenía era hambre y no frió. A los pocos minutos los dulces de la bandeja desaparecían poco a poco primero en un baño de café solo y luego tras los jugosos labios de ella.

Tras alargar su desayuno él rodeó la mesa al completo seguido por la disimulada mirada ámbar de la chica. Al llegar a su altura se inclinó sobre la joven tal y como había hecho ella, dejando que su musical aroma le llegase a la nariz antes de hablarle.

-Ya tienes tu sitio, si lo quieres- dijo y se alejó, dejando la puerta del comedor abierta tras de si.

Ella sonrió, le hizo gracia que la informara a pesar de que lo había visto levantarse y acercarse a ella, pero terminó donde estaba y después subió a su habitación, cruzándose con él. Ella sonrió, él solo inclinó la cabeza, puesto que parecía con prisa.

Desde ese día se lo encontró repetidas veces, por el castillo, sin llegar a cruzar mas que vagos saludos y poco mas. A sus oídos llegó que era hijo de los patriarcas de la familia, por tanto un primo bastante lejano y que acababa de regresar del internado en el que había estudiado no se sabía muy bien el qué. Por sus lazos de sangre, porque no perdía nada mas que un saludo cada mañana y porque se aburría decidió intentar ser su amiga.

Ese día en la servilleta del desayuno escribió “Aquí estuve yo, Ahïsa” dejándola sobre la mesa una vez el desayuno hubo desaparecido, puesto que después desayunaría él en es mismo lugar y la vería. Salió del comedor con la esperanza de recibir respuesta.

**Avance en el tiempo del sueño**

Ese día había sido duro y ni tiempo había tenido de ir a comer a casa. Hacia horas que había pasado el momento de la cena, pero estaba hambrienta y de la puerta de la casa se fue directa a las cocinas.

Allí los elfos estaban ajetreados en limpiar en menaje de la cena, otros hacían la colada o iban a hacerla y un grupo mas reducido sacaba brillo a los candelabros del comedor; abstraídos en su trabajo no prestaron demasiada atención a la reclamona pelirroja que pedía algo de comer.

Al final uno de los que secaba platos se volvió hacia ella sonriente y mientras se secaba las pergaminosas manos se acercó hablando.

-Tengo algo para vos Señorita-

No dijo mas, tan sola la llevo ante una mesa en la que descansaba una bandeja con campana de metal, como en las que se servía la comida y a la joven se le hizo la boca agua de solo pensarlo. Con ansia destapó lo que creía comida y se quedó estupefacta.

Nada mas había un servilleta de papel delicadamente doblada en forma de flor de agua. Se volvió con un brillo salvaje en los ojos buscando al elfo, que había desaparecido como si adivinase lo que le ocurriría si le tomara el pelo a la chica.

-Esto tiene que ser una broma sin gracia porque sino…-

-Señorita no veo el porqué de su molestia pensé que se alegraría de recibir un mensaje que me llevó 3 horas arrancar de la mesa del comedor.-

La interrumpió el elfo mientras le posaba una bandeja de comida sobre la tabla. Esa explicación y ver la comida frente a ella suavizó su mirada volviéndola de nuevo tranquila y cálida. Como tenía hambre primero se deleitó con un par de frutas y terminó con un delicioso alfanjor que se le deshacía en la boca de cremoso que estaba. Cuando volvió a reparar en la servilleta, no fue para limpiarse, si no que, una creciente curiosidad por saber que significaba comenzó a ser mas grande que su hambre.

Se llevó la flor de agua a su habitación y al día siguiente ella misma diseñó una flor con su servilleta escribiendo en otra “Gracias por el detalle, pero aun no se como te llamas”

Esa misma noche buscó al elfo en las cocinas, pero éste le dijo que no tenía nada para ella y se fue decepcionada y sin cenar, puesto que se le quitó el hambre. Subió a su habitación y tras desvestirse se cepilló el pelo. Estando haciendo esto, cuando reflejado en el espejo del tocador vio que la servilleta estaba cambiada de lugar, ahora descansaba sobre su mesita de noche en vez de en el sinfonier donde ella lo había dejado.

Se acercó para cambiarlo y bajo la flor descubrió un pergamino con una pulcra y estilizada letra masculina que no conocía. “Tendrás que deshacer la flor para saber mi nombre” Con dedos temblorosos y un toque de lastima por deshacer el trabajo desdoblo con cuidado la servilleta. En su interior había una única palabra trazada con tanto esmero como las letras del otro pergamino “Ethan” leyó.

*Fin de sueño*

La pelirroja se sentó en la cama, temblorosa y sintiendo el intenso frío metido por su desnudo cuerpo, como si la muerte la abrazara intentando conseguir de ella la claustrofóbica vida que ahora llevaba. En la habitación solo había una titilante vela sobre el tocador de ella y con su luz bañaba el rostro del hombre, que miraba dentro de la cajita de madera labrada donde ella guardaba sus pocas joyas y tesoros.

Él parecía tener una expresión triste, examinaba cada joya con delicadeza a pesar de que, ni eran caras, ni ostentosas, la chica siempre había sido sencilla y poco presumida y ahora lo observaba desde el espejo, revolver sus cosas sin pode hacer nada.

Tomó aquella flor de servilleta  que había sido reconstruida y una cálida sonrisa disipó por unos segundos su tristeza y sus turbios pensamientos procedentes de la productiva tarde, mientras recordaba cómo había conocido a la chica que tenía atrapada en el espejo.

Él siguió revolviendo entre las cosas de la joven como si la estuviera recordando, mientras los ámbares ojos de la pelirroja se cerraban para intentar alejar de sus dulces irises las lágrimas de un recuerdo que en otras circunstancias podría ser agradable.

El suave sollozo de ella no alteró al hombre mientras estuvo sentado en el tocador, luego se le hizo molesto, pero Ethan no alcanzó a imaginar que era aquel ruido.

martes, 12 de octubre de 2010

Secreto


Habían pasado unas cuantas horas desde la importante reunión que Ethan había tenido con el dueño de la tienda en la que trabajaba. En ella había aprendido en funcionamiento interno del negocio, como eran los registros económicos, las largas listas de entradas y salidas de mercancía… Incluso el viejo Eric le había confiado el mayor secreto de la librería.

Estando a la entrada de la casa se puso a recordar todo lo que había ocurrido aquella tarde:

El paso de los clientes a la trastienda se hacía de forma furtiva y mediante cita muchas de las veces. Ahora el joven comprendía el porqué de estas extravagantes medidas de seguridad y otras muchas, tales como que todo aquel que cruzase la cortina separadora debía hacerlo con el rostro cubierto.

Incipientes cantidades de dinero aparecían en la caja tras la marcha de los mayoritariamente clientes encapuchados, pero eso no era el secreto, sino la parte visible del mismo.

Eric llevaba un negocio oscuro en su trastienda. Él era capaz de conseguir mas libros de magia de los que nadie pudiera si quiera imaginar. La puerta del almacén a la cual nunca había podido acercarse, escondía libros de lo mas tenebrosos, malditos, oscuros y algunos incluso olvidados… Algunos nunca consultados o reproducidos; joyas de una magia demasiado antigua y temida.

Ahí residía el prospero mercado que hacía rentable la librería, pero aun el impulsor de aquel peligroso negocio guardaba otro secreto que le costó un poco mas contarle.

-Hay una bruja, cuyo nombre no te diré aun, por razones obvias entiéndeme, que es muestra mayor clienta- El joven miró los registros que tenía en la mano preguntándose de quien hablaba- Tampoco lo encontraras ahí.-

-Y entonces ¿Cómo registra sus transacciones?- Preguntó Ethan siendo curioso, saliendo por una vez de su acostumbrada frialdad.

-Por un apodo… Beso de Fuego le puse. – Dijo señalando una cifra sumamente grande que aparecía ante tal nombre.

El hombre se recostó en su sillón cruzando las piernas cómodamente ante él y los brazos tras la nuca, a modo de almohada y cerrando los ojos comenzó con su pequeño relato.

-Es sumamente cuidadosa, muchas veces paga los libros como si los comprara solo por leerlos…-

-En ese caso serán libros muy caros y muy difíciles de encontrar ¿no?- le interrumpió el joven

-En este caso era un libro exquisito y muy caro, de lo cuidadosa que es es ella la que se ancarga de hacer las copias manuales y eso hizo en este caso. Ambos salimos ganando con la magia oscura que ella practica pero…-

El hombre recobró la compostura, se sentó debidamente y abriendo los ojos, le dio un toque de misterio a su monologo continuando en un susurro.

-Mantente alerta porque es quien menos esperas… Dicen que las mujeres bonitas son peligrosas por naturaleza pero es que ella es una divinidad personificada y en realidad pocos reparan en ella… eso la hace mas peligrosa aun…-

Sonó el reloj de cuco tras las misteriosas palabras del hombre que frunció el ceño y se volvió para mirar la esfera numérica de la hora.

-Se retrasa y nunca lo hace, eso es otra cosa…-

-Le habrá pasado algo con esa magia maldita- Sentenció el joven haciendo que su cara mostrase un rápido gesto de ira.

-No, nada le ocurrió, según me dijeron en tu casa, salió repentinamente de viaje… quería confirmar su cita y eso me dijo su hermana.-

-Es una pena que no pueda conocer a tan distinguida mujer…-

La burla del joven no paso desapercibida para el hombre que lo fulminó con la mirada, mas allá de su rostro.

-Te guste o no la magia negra, eso es lo que vendo aquí y si no quieres asumirlo debería buscarme a otro librero.-

Lo dijo y se levantó, rodeó el escritorio y salió del despacho. De la burla, el joven pasó a la sorpresa, puesto que, conocía su jefe y sabía que normalmente esa muy tranquilo. Se dio cuenta de que lo debía de haber enfadado mucho para que reaccionase así. Sin intención de disculparse Ethan siguió al dueño hasta las mesas que había dispersas por la parte delantera y siempre llenas de libros.

El hombre comenzó a recogerlos y cuando ya no podía coger ninguno mas se giró quedando cara a cara con el chico de ojos marrones que lo miraba medio desafiante.

-Ya conoces tus competencias, si las quieres hacer bien, si no seguirás con ignorante trabajo de ordenar y catalogar… Ahora vete, vuelve mañana con una decisión firme.-

El joven, pensativo y sin darse mucha cuenta de lo que hacía, recogió su chaqueta y echándosela al hombro salió por la puerta, rompiendo así su rutina habitual de volver a casa directamente tras el trabajo.

Tenía muchas cosas en que pensar y la decisión no era difícil pero las preguntas bullían en su fría cabeza y eso lo trastornaba un poco.

¿Quién era esa mujer? ¿Por qué beso de fuego? ¿Tenía algo que ver con su fisico? ¿Por qué tanta afinidad por la magia negra? ¿Por qué el viejo Eric había preguntado por ella en su casa? ¿A caso eran familia y él no lo sabía?

Sus pasos recorrían el camino a casa sin llevar una orden concreta del afanoso cerebro del joven que trabajaba, al parecen en otras cosas mas urgentes. Durante la tarde había olvidado que casi se escondía de sus padres y de que tenía una joven atrapada en el espejo de su habitación, por lo tanto el dolor que le producían ambas cosas estaba aplacado por el momento.

Al llegar paseando a casa lo único que había sacado en claro era que no se iba a quedar con las ganas de saber si era capaz o no de llevar él solo un negocio y un necio pensamiento se cruzó en su mente – Me da igual lo que haga la bruja mientras pague bien-

Se había sentado a la puerta de casa, se había remangado las mangas de la camisa y apoyó la cabeza en la fría roca parecía que seguía pensando pero lo cierto era que tan solo miraba al horizonte, dejándose asombrar por el sol que caía como cada día dando paso a la noche. Así estuvo hasta que el sol no fue una fina línea luminosa tras las montañas.

Entonces fue cuando volvió a la habitación en la que llevaba una semana durmiendo, haciéndose a si mismo una dulce tortura, recordándose a si mismo el error cometido y que ahora ella no podía escapar…

domingo, 5 de septiembre de 2010

Él, Ethan...

Después del repentino enfado que tuvo, se marchó y pasaron las horas hasta que volvió a la habitación. En ellas intentó serenarse, siéndole un poco difícil, puesto que amaba a aquella pelirroja, pero no lo iba a reconocer… Aun no lo sabía.

Ethan se sentó en las escaleras cercanas a la habitación, no quería marcharse demasiado lejos, quería permanecer al lado de la joven, aunque se odiaba a si mismo por lo que había hecho y no saber cómo arreglarlo. Desde que la había hechizado, había buscado entre los libros de la biblioteca, en los que ella tenía en la habitación e incluso en los que él tenía en la suya, pero  no había encontrado nada y ni siquiera recordaba de donde había sacado la nota en la que estaba escrito el hechizo.

Ella lo había escrito, su letra clara y fina estaba trazada sobre el amarillento papel que el hombre sostenía, bueno más que sostenerlo lo tenía espachurrado en la mano, como si temiera que las letras salieran corriendo de la hoja.

Sentado en los escalones tenía la cabeza entre las manos, permaneciendo en silencio largo rato, hasta que pasó por su lado una dormida y risueña joven castaña idéntica a la pelirroja que él guardaba, sintió una punzada de dolor al darse cuenta de que ella no sabia nada, lo mas seguro es que pensara que estaba de viaje…

 Miró el reloj de su muñeca, se le hacía tarde y tenía que ir a trabajar, pero “No quiero alejarme, no me concentro en lo que debo, no tiene sentido ir.”- pensaba, pero la rutina le ganaba y su cuerpo se movió sin la orden partir.

Aun pensando en que no quería ir, tomo su capa y dejó el castillo de sus padres distraído de los pensamientos que cualquier otro día le hubieran ocupado… como la importante reunión que tenía hoy y a la cual no podía faltar.

Para él siempre había sido lo primero, su trabajo, en la única librería que se encontraba el libro que buscas, tan solo cruzando su puerta. Era una tarea ardua que requería mucha concentración por su parte y un buen funcionamiento del sistema de detección mágica.

Hoy como tantos otros días tomó el transporte más rápido para ir de un edificio a otro, ya tanta experiencia tenía en viajar con la Red Flu, que ni en el mas accidentado de los viajes lograba que sus ropas, ricas y de buen gusto, no llegaran impolutas a la tienda en la que estaba de experto librero.

Allí lo aguardaba una exultante joven de unos 20 años morena y de ojos color verde mar, que como cada mañana lo saluda y le hace un comentario pícaro.

-Buenos días mi apuesto caballero, ¿hoy lograré su favor?-

-Hola Sara…- contestó distraído.

Su figura esbelta, de buenas formas y peso ajustado, hubiera tentado a cualquiera, puesto que siempre llevaba ropa bastante generosa en cuanto a vistas.  Pero para él ella no era mas que la hija del dueño, una niña lo suficiente inmadura como para ofrecérsele a cualquiera. Pasó por su lado habiéndola saludado, hacia la trastienda y ella un poco enojada lo fue a seguir, pero la llegada de su padre la disuadió de la persecución planeada.

Dejó su abrigo cuidadosamente sobre el respaldo de una silla, se desabrochó los gemelos de la camisa, siendo la rutina de cada día. Otros días se esmeraba en ordenar alfabéticamente los libros que tenía sobre la mesa y después lo hacía por secciones, hoy no le importó el montón de libros que esperaban su turno para pasar por sus manos expertas, se fue directo a las estanterías sección de “magia delicada” sección nombrada así para dejar claro que contenía libros de magia oscura y mas bien prohibida, con los que era mejor tener cuidado.

Que él pensase en recurrir a ese tipo de magia denotaba su desesperación y estaba desesperado porque no tiene las cosas bajo control. Además de porque quería a la pelirroja lejos de él, pero a su vez la quería cerca, lo suficiente cerca como para alargar la mano y tocarla. Tal vez por cabezota y orgulloso o simplemente por nunca haber sentido aquel cosquilleo en los dedos y el desasosiego de no verla, le iba a costar aceptar aquel sentimiento.

Recorrió con manos expertas todas y cada una de las estanterías de la sección “magia delicada” y en una segunda batida sacó unos cuantos libros que amontonó cuidadosamente en la mesa. Cogió el más delgado de todos y comenzó a hojearlo sin leer nada en particular, buscando con ojo experto la palabra “espejo”, “atrapamiento” o el conjunto “superficie reluciente”

No encontró nada y pronto dejó ese libro a parte y cogió el siguiente, el cual le llevó mas tiempo hojear puesto que su letra era mas pequeña y estaba mas apretujada. Encontró detallados dibujos sobre vudú,  “Realice un Gafe”, “enferme repentinamente” y “Olvide cosas” Eran algunos de los títulos capitulares que encontró en el libro, pero parecía que ninguno servía para lo que él necesitaba.

Había sacado de las estanterías los libros que su instinto le decía que eran los más apropiados y que su búsqueda en ellos fuese infructuosa lo dejó abatido y furioso consigo mismo. Para colmo sentía los fríos ojos de su jefe en la espalda, sabía que era observado detenidamente por el dueño y decidido intentar disimular sus ansias.

En ayuda a eso, sonó la campanilla de la puerta y eso suponía clientes a los que atender. Le llevó mas de la cuenta dar con el libro que la bruja deseaba adquirir, pero el dueño no daba señales de tener intención de ayudarlo, tan solo sostenía la cortina apartada, lo suficiente como para escrutar la tienda y que no le vieran.
Claro que ignoraba que la última vez que había lavado la cortina de separación, ésta había menguado, por lo que sus zapatos, de brillante charol negro, asomaban por el hueco de bajo, puesto que la tela no llegaba al suelo.

Al final la mujer se llevó lo que buscaba y él pudo meter el dinero en la caja. El resto del día fue mas bien tranquilo, más clientes que venían y mas libros que se iban, pero lo realmente importante llegó tras el almuerzo.

-Vamos, joven… pasa.-

El dueño lo reclamaba en el interior de su despacho y su puerta normalmente cerrada estaba custodiada por su hija, que se mordía los labios de forma picara al seguir con la mirada al apuesto empleado de su padre. Cerró la puerta en cuanto entró en la sala pero ella se quedó fuera, sabía que los asuntos de su padre no la incumbían en lo más mínimo.

Se acercó el hombre al fuego, dándole la espalda a su empleado y por unos segundos permaneció así, en profundo silencio hasta que se hizo incomodo.

Ese tiempo lo utilizó para que sus ojos se acostumbrasen a la penumbra de la sala y a la vibrante llama de la hoguera que caldeaba  la estancia en un vivo consumir de carbón de la mejor calidad calorífica y el suave aroma del roble que se carbonizaba en el hogar. Mucho mas no tuvo que esperar puesto que el librero se giró y lo miró, tan solo un segundo. Después se fue a su escritorio donde se sentó.

-Ethan tengo algo que contarte y algo que pedirte… pero vayamos por partes-

El hombre sonrió recordando la celebre cita de “Jack el destripador” y le ofreció un asiento frente a si mismo,  prendió una lamparita de mesa, que comenzó con luz débil  fue aumentando de intensidad evitando así que fuese molesta para los ojos.

Parecía triste y abatido, con sus manos en los reposa brazos de su sillón de cuero, esperando a que sus propias ideas tomaran forma para poder contarle todo al joven empleado que tenía enfrente y del que no dudaba de su profesionalidad si en cuanto a libros se trataba.

martes, 3 de agosto de 2010

Promesa


La habitación se había quedado a oscuras, puesto que las velas no reconocían la presencia de nadie, a pesar de estar la joven de mirada ambarina atrapada en el espejo y presente en la estancia. No era de extrañar que no la reconocieran puesto que era necesario crear movimiento en la habitación para que surgiera efecto de algún tipo.

El silencio lo llenaba todo, la soledad se oía y el grifo del baño goteaba rítmicamente haciéndolo casi insufriblemente molesto. No se movía nada, ni el dosel de la cama ni las pesadas cortinas, a pesar de que la ventana estaba un poco abierta, ni una brizna de aire se colaba en la habitación.

Ésta era de un estilo colonial, toda de madera natural encerada, de suaves formas curvas y labrado meticuloso; en el cual, las uniones eran casi imperceptibles. Laboriosos dibujos bañaban y adornaban de forma discreta algunas de las superficies mas planas y el pan de oro las resaltaba consiguiendo una mezcla perfecta de lujo y discreción que en otros lugares del castillo no es encontraban.

La habitación de la joven constaba de dos salas y un baño interior. La primera de las salas era la que daba el acceso desde el pasillo y era más bien pequeña. La penumbra la bañaba casi siempre, puesto que rara vez se apartaban las cortinas del todo. Entre las sombras descansaban al menos un centenar de libros, algunos extremadamente raros y únicos.

A pesar de ser una sala pequeña el despacho también contaba con un escritorio una pequeña mesita y un sillón de orejas junto a la chimenea que compartía con la alcoba. En una habitación parecida a aquella había dormido con su hermana toda la vida, claro que, tan solo hasta que su gemela pidió independencia puesto que era mas inquieta que la pelirroja y empezó a pegar cosas por las paredes que incluso podrían llegar a ser desagradables.

-Dios mio ¿Cuándo será el día en que te guste un hombre y tengas la necesidad de colgar una foto suya en la pared para poder verlo?- Solía decir gemela castaña cada vez que la pelirroja se quejaba por sus posters

Lo que sin duda ignoraba era que a su hermana ya le gustaba alguien, pero que no tenía necesidad de una foto, puesto que podía verlo cuando quisiera, ya fuera, en la casa o en la librería en la que compraba todos sus libros.

De saber que su hermana estaba prendad de aquel hombre que la parecía indiferente a su trato, aparte de regañarla, le hubiera retirado la palabra a él por su comportamiento. Lo considera menos que una estatua fría e insensible, incapaz de amar a alguien o algo que no fuesen sus libros. A pesar de su rica conversación solía evitar estar con él a solas. Para si misma aun no comprendía como seguía a flote la tienda donde trabajaba puesto que para ella era un hombre que no debía agradar.

Pero poco importaba todo aquello, no eran más que divagaciones de una mente aburrida y descripciones de algo que sin duda tardaría en volver a ver. El frío lo tenía calado en los huesos, los dedos de los pies mas que azules, ya parecía violáceos y sus labios en otro momento jugosos y húmedos ahora tenían el aspecto de que hubieran estado en el desierto.

Se sentía sola y congelada, pero estaba claro de que nadie la iba  ayudar, nadie sabía que ella estaba allí, nadie nunca la había echado de menos y eso no iba a cambiar por estar encerrada en un espejo. Su gemela hubiera notado si le pasaba algo, pero no estaba segura de que sintiera lo que la pelirroja sentía en ese momento…

Desesperación por salir. Pero ¿salir de dónde?

Cuando él se había ido enojado sintió alivio, luego rabia y al final, desolación y pánico a la soledad, comenzó a sollozar primero, luego a llorar a lagrima viva, presa de un ataque de nervios, ella sabía que no lograría nada de aquella forma, pero una vez había comenzado no podía impedir que sus lagrimas resbalasen por su rostro, como perlas de escarcha, ni que su cuerpo dejase de convulsionar como lo hacía.

Lo cierto fue que en medio de las lagrimas se dio cuenta de que no echaba de menos a nadie en particular, no sentía la necesidad de que alguien la abrazara, no sentía la necesidad de ver a nadie, ni siquiera a su madre, tan solo quería salir del espejo, poder bañarse y con uno de sus libros sentarse junto a la chimenea y dejar que pasasen las horas, sin importar el tiempo que pasaba de aquel modo.

Ni siquiera deseaba la presencia de su hermana y la de él menos que cualquier otra. No quería verle no quería pensarlo tan siquiera…

-Esto me lo vas a pagar muy caro, eso lo prometo- Si lograba salir del espejo si iba a intentar cobrársela, pero simplemente se engañaba a si misma.

Junto con esa frase dijo algunas otras, quizás en latín, quizás en otro idioma perdido y siguió sollozando hasta que se quedó dormida con los puños apretados y hecha un ovillo, acurrucada entre las sabanas.

martes, 25 de mayo de 2010

Furia

Llevaba días viendo siempre lo mismo desde mi espejo, tan solo llegaba el hombre y se desvestía, se daba una ducha y comenzaba a pasear como animal enjaulado por la habitación. Además de que algunas veces llevaba una montaña de papeles y no conseguía más que hacer varios montones e ir pasándolos de uno a otro, sin que adelantara trabajo.

No tenía buena cara, despertaba en la noche varias veces y le costaba dormir, lo veía pasar horas y horas con los ojos abiertos y me dolía no poder preguntarle que le ocurría, aunque nunca hubiera conseguido más que un “Nada, tranquila”.

Aquella noche no era igual a tantas otras, llegó con los papeles y los posó nada más entrar en la cómoda más cercana a la puerta de la habitación, se sacó los zapatos y desabrochó los puños de su camisa. Abrió de par en par la ventana que daba al balcón y salió a la noche, cálido y fuerte el aire le agitaba el cabello suavizando el duro gesto de su rostro.

Yo tuve que arrimarme a uno de los bordes del espejo para poder verlo apenas un poquito y preguntarme qué era lo que le ocurría. Lo vi apoyar la espalda contra la barandilla y desabrocharse la camisa con gesto cansado. Permaneció unos minutos allí sin apenas moverse, hasta que decidió entrar.

-No sé porque te empeñas en esconderte, sé que estas ahí, no puedes salir-

Ni me moví, lo más seguro es que se me viera parte de el pelo por encima del marco que rodeaba al espejo, pero era la primera vez que se dirigía a mi desde el conjuro de apresamiento y no me atreví a mover ni un solo musculo, ni siquiera me tomé la libertad de sorprenderme.

-¡Vamos! ¡Quiero verte! ¡No te escondas!- lo que parecían palabras apremiantes se convirtieron en exigencias y sentí miedo de su repentino enfado.

Me alejé de la superficie reflejante y envolviéndome con la sábana esperé a que se relajara, pero eso no ocurrió. Comenzó a golpear objetos e incluso sentí como temblaba el espejo contra la pared y esperé pensando que se tranquilizaría, pero al cabo de unos minutos su voz más parecía una tormenta que la voz de un hombre.

No sabía que decirle para aplacarle, por lo que simplemente cerré los ojos y respirando profundamente dejé que las palabras fluyeran hasta mis labios.

-Si rompes el espejo ya no me veras nunca más, por mucho que exijas y grites.- Hablé apenas en un susurro, pero él escuchó perfectamente. –Si en algún momento decides romper el espejo que sepas que te perseguiré hasta el fin de tus días… Al igual que tu encontraste la forma de condenarme tan cruelmente por solo amarte, yo encontraré la forma de llevar mi venganza.-
No usaba tono amenazador solo un simple susurro que sabía que le pondría lo pelos de punta, nada dijo después, tan solo escuché un portazo y silencio. Al salir de mi escondite, uno de los márgenes del cristal vi la habitación apagada, él no se había quedado. No sabía si por que le dolieron mis palabras o por buscar una venganza más cruel que la mía.

Sabía que yo no le era indiferente, sabía que él no podría resistir la tentación de volver a tocarme, sabía que me quería aunque nunca lo reconociera. Del amor al odio había un paso que él nunca podría dar si yo estaba cerca.

-Tu dolor es mi dolor, pero no soy persona de capricho para ti, ni para nadie…- Mis palabras las engulló el silencio con un hambre voraz dejando tras de sí tan solo silencio y soledad para mi.

martes, 27 de abril de 2010

En el espejo.

Ahí estaba, como todas las noches. Entraba en la habitación con un vaso de leche humeante, la posaba sobre la mesita y comenzaba a desvestirse…

Desabrochó los puños de su camisa y luego poco a poco el resto de los botones, se quitó la hebilla del cinturón y el botón del pantalón también; se sentó en el labrado baúl que había a los pies de su cama y deshizo el nudo de sus zapatos, los sacó de un pié con el otro y los arrojó cerca del armario ropero que había en una esquina.

Su cabello corto, su rostro redondo, sus ojos… comenzaba a divagar mirando al muchacho, anhelaba volver a tocarlo, poder besarlo como hacía tiempo que no hacía.

Se llevó una mano al cabello, mientras con la otra se sujetaba al voladizo del asiento en el que estaba. En su rostro una mueca agotada daba a ver que no tenía su mejor momento, quise abrazarlo, pero seguía atrapada en el espejo donde él me había castigado.

Mi falta fue amarlo, decírselo, robarle un beso y una noche. Desde ese feliz despertar en sus brazos había sido recluida en aquella maldita superficie, solo cubierta por una sábana blanca, con la que gracias a un poco de imaginación se podían adivinar mis suaves y femeninas formas.

Eché una esquina de la tela sobre mi hombro derecho y me hice una trenza en el pelo color fuego. Después volví a recostarme boca abajo con las piernas dobladas y los pies en el aire, observándole pasear desesperado por la habitación.

Una sonrisa pícara cruzó mi rosto al ver como se sacaba la camisa y la colgaba en una silla, un segundo después hizo lo propio con el pantalón, se fue al baño y al cabo de un rato de sonido de ducha, volvió con una escueta toalla de color blanco a la cintura. Estuvo un rato tumbado sobre la colcha con los brazos tras la cabeza, con la mirada perdida en una foto que descansaba de espaldas a mí, sin yo poder verla.

La tomó de la superficie perfecta que era la mesita y pasó sus dedos sobre la imagen, luego se los llevó a los labios, en una caricia, recordando, tal vez, un beso. Al rato se quedó dormido y apoyó sobre su pecho la imagen de donde resbaló desvelando una mirada ámbar, un cabello fuego y una tímida sonrisa de niña enamorada.

Quise salir del espejo, lo intenté de nuevo, tras días sin conseguirlo y aunque no lo conseguí del todo, algo sucedió. Aparté mi foto y acaricié su caballo con dedos inexistentes, después su piel suave, aun húmeda, desenado besarle y sin atreverme a hacerlo.

Quería de él mas de lo que tenía, deseaba ser suya, de nuevo y por siempre, pero a pesar de amarme me tenía recluida, ignorada, semidesnuda y atrapada dentro de su espejo. Castigada a verlo, sin tocarlo, desearlo y no poder amarlo.

-Tú mismo me liberaras cuando el corazón te duela tanto que solo mis labios puedan sanarlo…- Susurré cariñosa volviendo a la fría superficie en la que ahora moraba.