martes, 23 de agosto de 2011

Cartas devueltas

Decidió aceptar el reto de dirigir la librería y allí estaba, frente al dueño, Erick y tras pasar una noche pésima en la que apenas había dormido. Aun a medio despertar, le comentaba su decisión al jefe.

-Veo que tras pensarlo un poco y dormir algo, no mucho, por lo que parece cambiaste de opinión.

-Nuevo día, ideas frescas, señor-
Dijo el joven.

-No muy frescas diría yo, pareces aun dormido ¿una mala noche?

-Si, alguien lloró toda la noche, no había forma que se callara.

-¿Le rompiste el corazón a alguna muchacha de buen ver?- Erick puso cara de vicioso.

-No señor, no tengo demasiado tiempo como para perderlo de ese modo... Parecía provenir de alguna habitación contigua, pero no encontré a nadie.- Dijo encogiéndose de hombros.

-Tal vez sea un ghoul, se pasan la noche susurrando y llorando tan solo por molestar.

-No se... esta noche insonorizo la habitación…- sentenció el  joven.

De poco le iba a servir eso, puesto que quien lloraba estaba dentro de la habitación, pero o bien no recordaba quien podía ser la causante de tan molesto sonido o bien la ignoraba deliberadamente en un intento de negar la evidencia.

Fuese como fuese Ethan aquella noche no logró pegar ojo, la pelirroja tampoco y ya se vería las siguientes.

Ella mas que, por que algo o alguien, hiciera ruido era que se encargaba de provocarlo, sollozaba lastimeramente recriminándose una y otra vez su estupidez, lo que mas lamentaba era haber escrito aquel conjuro que la había aprisionado en la brillante superficie del frágil espejo. El haberse entregado a un sentimiento tan primitivo y haber conseguido el premio de ser amada por la persona que ella quería, hacían aun mas amargas sus lagrimas.

Lo que mas la consumía por dentro, lo que mas la desesperaba, era que llevaba ya casi dos semanas allí y  nadie la había echado de menos, ya no digamos ocurrírsele una forma de salir de aquel objeto maldito.

Con las primeras luces del día, ella había sucumbido al cansancio y rindiéndose al mundo de los sueños el sonido de sus lagrimas cesó. Para entonces el hombre se levantaba ya de la cama, resoplando molesto porque por fin había cesado el ruido y le era imposible recuperar tiempo de sueño puesto que su trabajo lo esperaba.

Se había tomado unos días para meditar y analizar sobre el funcionamiento de la librería. Al fin había decidido darse la oportunidad, no le parecía tan complicado. Él no veía problemas, pero mientras hablaba, Erick le daba vueltas a algo que creía de suma importancia.

-¿Le preocupa algo señor?

-Sí, digo, no. Lo harás bien, estoy seguro, eres inteligente. Todo irá bien en mi ausencia.

-No lo pregunto por eso, parece distraído, preocupado.

-Perdóname Ethan, sí, lo estoy.

Tocaron a la puerta y tras unos segundos en los que el silencio reinó en el despacho, se abrió la puerta y en la estancia entró una figura de infantiles movimientos. Apoyó sus manos en los anchos hombros de Ethan y luego le recorrió la espalda con un dedo mientras hablaba con su padre.

-Papá la lechuza ha vuelto tal y como la envié.

-Imposible Sara, ¿Cuándo la enviaste?

-Papi te cuento como es. Envié una ayer y al poco regresó con el sobre intacto y hoy a tu llegada volví a mandarla otra vez y acaba de regresar. Es como si las devolviera.

-¿Quién…?- Ethan no pudo terminar la pregunta porque la joven lo interrumpió terminado su cuestión.

-¿… Es, padre? ¿Por qué tanta urgencia o necesidad de comunicarse con esa persona?

-Hija, no preguntes tanto, ahora déjanos solos.- Ella enojada cruzó los brazos sobre el pecho, haciéndolo mas evidente y tras una mala mirada salió dando un portazo.

-Su hija señor…

-No te la recomiendo Ethan- Se apresuró a cortarlo- Eres buen empleado y buena persona, ella no es para ti, joven.

-No me refería a eso.

-Lo sé, solo te pido que la evites, porque ella destrozará todo lo que le des.

El joven se dio cuenta de que el hombre hablaba con conocimiento y por ello lo dejó que continuara con su monologo sin prestarle atención, puesto que verdaderamente poco le interesaba la chica.

Aunque le costase admitirlo ante otros y ante sí mismo, la que verdaderamente le gustaba era aquella pelirroja que pasaba tardes completas enfrascada en interminables libros a la entrada de la casa. La que le dejaba divertidas notas en la cara mantelería de la familia y con la que hacía al menos un par de días que no hablaba porque estaba encerrada en el espejo de su habitación.

-Ella… - Murmuró haciendo que su jefe perdiera el hilo de lo que contaba.

-Ethan… hablo de contabilidad y no me escuchas- Le reprendió molesto -Deja ese aire soñador o te irán las cosas mal y pobre de ti como la librería se vaya a pique.-

La suave amenaza fue recibida por el joven con dolor, haciendo que su mente se centrase en lo que el hombre le explicaba detalladamentedefinitivamente.

Si bien la mañana pasó volada para los hombres, también lo fue para la pelirroja encantada, ya que durmió y descansó de su tristeza hasta que Negros entró en la habitación  y se puso a parlotear.

El elfo habló en voz alta consigo mismo, diciendo que todo le parecía extraño, que no comprendía por qué deshacía la cama y no encontraba su ropa tirada por la habitación y en cambio si encontraba toallas usadas en el baño.

Negros hizo la cama con nada mas un chasquido de los dedos, abrió las pesadas cortinas que no permitían la entrada de la luz y luego abrió la ventana, de par en par desapareciendo con la primera bocanada de aire que entró en la alcoba.


viernes, 24 de diciembre de 2010

Servilletas de papel

*Sueño*
Era un día como cualquier otro en el que la pelirroja se levantó y bajó a desayunar envuelta en una bata de seda azul eléctrico que hacía juego con su escotado camisón. Poco le importaba realmente que la mirasen mal, o que desaprobaran su vestuario, puesto que, se estaba entre familiares y no debían extrañarse de las rarezas de su  propia sangre, aunque siempre había alguno dispuesto a criticar cualquier detalle por insignificante o común que fuera.

Su cabello alborotado la seguía e iba atrapando los destellos dorados que el sol lanzaba a través de las ventanas que había a los largo del pasillo que recorría. Hoy se había levantado tarde porque llevaba ya unos días en que el trabajo no le permitía volver pronto para casa y por ser sábado se merecía ese exceso de sueño y se lo podía permitir, puesto que no trabajaba.

La casa estaba silenciosa, cosa bastante común puesto que la mayoría dormían a esas horas o habían salido para aprovechar el día, aun así de camino al comedor se encontró con varias personas sumidas en sus propios asuntos. Ninguno la saludó, cosa que tampoco molestó a la pelirroja puesto que aun estaba desasido dormida como para hablar, además de que estaba mas que acostumbrada a que la gente pasara de largo ante ella. Tan solo le prestaban atención si su hermana la presentaba a alguien, pero pronto perdían todo interés en ella, tampoco es que lo lamentara.

El comedor estaba casi vacío, tan solo una persona había sentada a la mesa. La chica paró sus pasos casi en seco y dejó de restregarse los ámbares ojos que ahora veían con mucha claridad a aquel hombre de cabello castaño. Se parecía, por la descripción de su hermana a uno de los tantos primos lejanos que vivían en la mansión, pero no fue eso lo que le llamó la atención a la chica, sino, el sitio que tranquilamente ocupada en la mesa donde estaba desayunando.

En una esquina del comedor apareció un elfo, portaba el desayuno de la joven y posó la bandeja al otro lado de la mesa, justo enfrente del sitio ocupado. Por otro lado la chica suspiró contrariada y se acercó al hombre por la espalda.

-Veo… que te gusta mi silla…- Susurró al oído del joven.

Él mojaba hábilmente galletas en la taza de café con leche que tenía al frente y no respondió de inmediato, sino, que hasta no haber tragado el bocado no hizo ademán de contestar. Primero miró un poco ceñudo a la chica, puesto que ella estaba casi recostada sobre él, el ondulado y rojo cabello de ella caía sobre el hombro de él y sus rostros estaban muy cercanos. Ella estaba segura de que incluso podía oler el perfume de vainilla y naranja que llevaba puesto siempre.

-No trae tu nombre…- fue todo lo que dijo y le dio un trago a su taza, cuando ella ya casi daba el tema por zanjado él continuó. –No sé que le ves de especial a la séptima silla, frente a la séptima ventana, siendo esta la mas alejada de la puerta-

“Vaya… se molestó en contarlas, es mas listo de lo que parece”- Pensó la chica distraídamente mientras le daba mas espacio y comenzaba a rodear la mesa rumbo al lugar donde estaba la bandeja.

-Pero vamos, que si te molesto… Haber bajado antes a desayunar. - No quiso decir “que ahora estaba él”, puesto que habría sonado descortés y poco caballeroso, y ante todo no quería perder las formas, no tan de mañana.

Ya otras veces había ocurrido aquello y por eso el elfo ya conocía la situación que tomaría la joven pelirroja, posando la comida frente a su compañero de mesa y desapareciendo de inmediato, dejando a la chica ignorando que de vez en cuando el hombre se le quedaba como embelesado.

Al sentarse ella su bata se abrió generosamente, provocando una ligera reacción el su observador, pero en ella nada, puesto que lo que tenía era hambre y no frió. A los pocos minutos los dulces de la bandeja desaparecían poco a poco primero en un baño de café solo y luego tras los jugosos labios de ella.

Tras alargar su desayuno él rodeó la mesa al completo seguido por la disimulada mirada ámbar de la chica. Al llegar a su altura se inclinó sobre la joven tal y como había hecho ella, dejando que su musical aroma le llegase a la nariz antes de hablarle.

-Ya tienes tu sitio, si lo quieres- dijo y se alejó, dejando la puerta del comedor abierta tras de si.

Ella sonrió, le hizo gracia que la informara a pesar de que lo había visto levantarse y acercarse a ella, pero terminó donde estaba y después subió a su habitación, cruzándose con él. Ella sonrió, él solo inclinó la cabeza, puesto que parecía con prisa.

Desde ese día se lo encontró repetidas veces, por el castillo, sin llegar a cruzar mas que vagos saludos y poco mas. A sus oídos llegó que era hijo de los patriarcas de la familia, por tanto un primo bastante lejano y que acababa de regresar del internado en el que había estudiado no se sabía muy bien el qué. Por sus lazos de sangre, porque no perdía nada mas que un saludo cada mañana y porque se aburría decidió intentar ser su amiga.

Ese día en la servilleta del desayuno escribió “Aquí estuve yo, Ahïsa” dejándola sobre la mesa una vez el desayuno hubo desaparecido, puesto que después desayunaría él en es mismo lugar y la vería. Salió del comedor con la esperanza de recibir respuesta.

**Avance en el tiempo del sueño**

Ese día había sido duro y ni tiempo había tenido de ir a comer a casa. Hacia horas que había pasado el momento de la cena, pero estaba hambrienta y de la puerta de la casa se fue directa a las cocinas.

Allí los elfos estaban ajetreados en limpiar en menaje de la cena, otros hacían la colada o iban a hacerla y un grupo mas reducido sacaba brillo a los candelabros del comedor; abstraídos en su trabajo no prestaron demasiada atención a la reclamona pelirroja que pedía algo de comer.

Al final uno de los que secaba platos se volvió hacia ella sonriente y mientras se secaba las pergaminosas manos se acercó hablando.

-Tengo algo para vos Señorita-

No dijo mas, tan sola la llevo ante una mesa en la que descansaba una bandeja con campana de metal, como en las que se servía la comida y a la joven se le hizo la boca agua de solo pensarlo. Con ansia destapó lo que creía comida y se quedó estupefacta.

Nada mas había un servilleta de papel delicadamente doblada en forma de flor de agua. Se volvió con un brillo salvaje en los ojos buscando al elfo, que había desaparecido como si adivinase lo que le ocurriría si le tomara el pelo a la chica.

-Esto tiene que ser una broma sin gracia porque sino…-

-Señorita no veo el porqué de su molestia pensé que se alegraría de recibir un mensaje que me llevó 3 horas arrancar de la mesa del comedor.-

La interrumpió el elfo mientras le posaba una bandeja de comida sobre la tabla. Esa explicación y ver la comida frente a ella suavizó su mirada volviéndola de nuevo tranquila y cálida. Como tenía hambre primero se deleitó con un par de frutas y terminó con un delicioso alfanjor que se le deshacía en la boca de cremoso que estaba. Cuando volvió a reparar en la servilleta, no fue para limpiarse, si no que, una creciente curiosidad por saber que significaba comenzó a ser mas grande que su hambre.

Se llevó la flor de agua a su habitación y al día siguiente ella misma diseñó una flor con su servilleta escribiendo en otra “Gracias por el detalle, pero aun no se como te llamas”

Esa misma noche buscó al elfo en las cocinas, pero éste le dijo que no tenía nada para ella y se fue decepcionada y sin cenar, puesto que se le quitó el hambre. Subió a su habitación y tras desvestirse se cepilló el pelo. Estando haciendo esto, cuando reflejado en el espejo del tocador vio que la servilleta estaba cambiada de lugar, ahora descansaba sobre su mesita de noche en vez de en el sinfonier donde ella lo había dejado.

Se acercó para cambiarlo y bajo la flor descubrió un pergamino con una pulcra y estilizada letra masculina que no conocía. “Tendrás que deshacer la flor para saber mi nombre” Con dedos temblorosos y un toque de lastima por deshacer el trabajo desdoblo con cuidado la servilleta. En su interior había una única palabra trazada con tanto esmero como las letras del otro pergamino “Ethan” leyó.

*Fin de sueño*

La pelirroja se sentó en la cama, temblorosa y sintiendo el intenso frío metido por su desnudo cuerpo, como si la muerte la abrazara intentando conseguir de ella la claustrofóbica vida que ahora llevaba. En la habitación solo había una titilante vela sobre el tocador de ella y con su luz bañaba el rostro del hombre, que miraba dentro de la cajita de madera labrada donde ella guardaba sus pocas joyas y tesoros.

Él parecía tener una expresión triste, examinaba cada joya con delicadeza a pesar de que, ni eran caras, ni ostentosas, la chica siempre había sido sencilla y poco presumida y ahora lo observaba desde el espejo, revolver sus cosas sin pode hacer nada.

Tomó aquella flor de servilleta  que había sido reconstruida y una cálida sonrisa disipó por unos segundos su tristeza y sus turbios pensamientos procedentes de la productiva tarde, mientras recordaba cómo había conocido a la chica que tenía atrapada en el espejo.

Él siguió revolviendo entre las cosas de la joven como si la estuviera recordando, mientras los ámbares ojos de la pelirroja se cerraban para intentar alejar de sus dulces irises las lágrimas de un recuerdo que en otras circunstancias podría ser agradable.

El suave sollozo de ella no alteró al hombre mientras estuvo sentado en el tocador, luego se le hizo molesto, pero Ethan no alcanzó a imaginar que era aquel ruido.

martes, 12 de octubre de 2010

Secreto


Habían pasado unas cuantas horas desde la importante reunión que Ethan había tenido con el dueño de la tienda en la que trabajaba. En ella había aprendido en funcionamiento interno del negocio, como eran los registros económicos, las largas listas de entradas y salidas de mercancía… Incluso el viejo Eric le había confiado el mayor secreto de la librería.

Estando a la entrada de la casa se puso a recordar todo lo que había ocurrido aquella tarde:

El paso de los clientes a la trastienda se hacía de forma furtiva y mediante cita muchas de las veces. Ahora el joven comprendía el porqué de estas extravagantes medidas de seguridad y otras muchas, tales como que todo aquel que cruzase la cortina separadora debía hacerlo con el rostro cubierto.

Incipientes cantidades de dinero aparecían en la caja tras la marcha de los mayoritariamente clientes encapuchados, pero eso no era el secreto, sino la parte visible del mismo.

Eric llevaba un negocio oscuro en su trastienda. Él era capaz de conseguir mas libros de magia de los que nadie pudiera si quiera imaginar. La puerta del almacén a la cual nunca había podido acercarse, escondía libros de lo mas tenebrosos, malditos, oscuros y algunos incluso olvidados… Algunos nunca consultados o reproducidos; joyas de una magia demasiado antigua y temida.

Ahí residía el prospero mercado que hacía rentable la librería, pero aun el impulsor de aquel peligroso negocio guardaba otro secreto que le costó un poco mas contarle.

-Hay una bruja, cuyo nombre no te diré aun, por razones obvias entiéndeme, que es muestra mayor clienta- El joven miró los registros que tenía en la mano preguntándose de quien hablaba- Tampoco lo encontraras ahí.-

-Y entonces ¿Cómo registra sus transacciones?- Preguntó Ethan siendo curioso, saliendo por una vez de su acostumbrada frialdad.

-Por un apodo… Beso de Fuego le puse. – Dijo señalando una cifra sumamente grande que aparecía ante tal nombre.

El hombre se recostó en su sillón cruzando las piernas cómodamente ante él y los brazos tras la nuca, a modo de almohada y cerrando los ojos comenzó con su pequeño relato.

-Es sumamente cuidadosa, muchas veces paga los libros como si los comprara solo por leerlos…-

-En ese caso serán libros muy caros y muy difíciles de encontrar ¿no?- le interrumpió el joven

-En este caso era un libro exquisito y muy caro, de lo cuidadosa que es es ella la que se ancarga de hacer las copias manuales y eso hizo en este caso. Ambos salimos ganando con la magia oscura que ella practica pero…-

El hombre recobró la compostura, se sentó debidamente y abriendo los ojos, le dio un toque de misterio a su monologo continuando en un susurro.

-Mantente alerta porque es quien menos esperas… Dicen que las mujeres bonitas son peligrosas por naturaleza pero es que ella es una divinidad personificada y en realidad pocos reparan en ella… eso la hace mas peligrosa aun…-

Sonó el reloj de cuco tras las misteriosas palabras del hombre que frunció el ceño y se volvió para mirar la esfera numérica de la hora.

-Se retrasa y nunca lo hace, eso es otra cosa…-

-Le habrá pasado algo con esa magia maldita- Sentenció el joven haciendo que su cara mostrase un rápido gesto de ira.

-No, nada le ocurrió, según me dijeron en tu casa, salió repentinamente de viaje… quería confirmar su cita y eso me dijo su hermana.-

-Es una pena que no pueda conocer a tan distinguida mujer…-

La burla del joven no paso desapercibida para el hombre que lo fulminó con la mirada, mas allá de su rostro.

-Te guste o no la magia negra, eso es lo que vendo aquí y si no quieres asumirlo debería buscarme a otro librero.-

Lo dijo y se levantó, rodeó el escritorio y salió del despacho. De la burla, el joven pasó a la sorpresa, puesto que, conocía su jefe y sabía que normalmente esa muy tranquilo. Se dio cuenta de que lo debía de haber enfadado mucho para que reaccionase así. Sin intención de disculparse Ethan siguió al dueño hasta las mesas que había dispersas por la parte delantera y siempre llenas de libros.

El hombre comenzó a recogerlos y cuando ya no podía coger ninguno mas se giró quedando cara a cara con el chico de ojos marrones que lo miraba medio desafiante.

-Ya conoces tus competencias, si las quieres hacer bien, si no seguirás con ignorante trabajo de ordenar y catalogar… Ahora vete, vuelve mañana con una decisión firme.-

El joven, pensativo y sin darse mucha cuenta de lo que hacía, recogió su chaqueta y echándosela al hombro salió por la puerta, rompiendo así su rutina habitual de volver a casa directamente tras el trabajo.

Tenía muchas cosas en que pensar y la decisión no era difícil pero las preguntas bullían en su fría cabeza y eso lo trastornaba un poco.

¿Quién era esa mujer? ¿Por qué beso de fuego? ¿Tenía algo que ver con su fisico? ¿Por qué tanta afinidad por la magia negra? ¿Por qué el viejo Eric había preguntado por ella en su casa? ¿A caso eran familia y él no lo sabía?

Sus pasos recorrían el camino a casa sin llevar una orden concreta del afanoso cerebro del joven que trabajaba, al parecen en otras cosas mas urgentes. Durante la tarde había olvidado que casi se escondía de sus padres y de que tenía una joven atrapada en el espejo de su habitación, por lo tanto el dolor que le producían ambas cosas estaba aplacado por el momento.

Al llegar paseando a casa lo único que había sacado en claro era que no se iba a quedar con las ganas de saber si era capaz o no de llevar él solo un negocio y un necio pensamiento se cruzó en su mente – Me da igual lo que haga la bruja mientras pague bien-

Se había sentado a la puerta de casa, se había remangado las mangas de la camisa y apoyó la cabeza en la fría roca parecía que seguía pensando pero lo cierto era que tan solo miraba al horizonte, dejándose asombrar por el sol que caía como cada día dando paso a la noche. Así estuvo hasta que el sol no fue una fina línea luminosa tras las montañas.

Entonces fue cuando volvió a la habitación en la que llevaba una semana durmiendo, haciéndose a si mismo una dulce tortura, recordándose a si mismo el error cometido y que ahora ella no podía escapar…

domingo, 5 de septiembre de 2010

Él, Ethan...

Después del repentino enfado que tuvo, se marchó y pasaron las horas hasta que volvió a la habitación. En ellas intentó serenarse, siéndole un poco difícil, puesto que amaba a aquella pelirroja, pero no lo iba a reconocer… Aun no lo sabía.

Ethan se sentó en las escaleras cercanas a la habitación, no quería marcharse demasiado lejos, quería permanecer al lado de la joven, aunque se odiaba a si mismo por lo que había hecho y no saber cómo arreglarlo. Desde que la había hechizado, había buscado entre los libros de la biblioteca, en los que ella tenía en la habitación e incluso en los que él tenía en la suya, pero  no había encontrado nada y ni siquiera recordaba de donde había sacado la nota en la que estaba escrito el hechizo.

Ella lo había escrito, su letra clara y fina estaba trazada sobre el amarillento papel que el hombre sostenía, bueno más que sostenerlo lo tenía espachurrado en la mano, como si temiera que las letras salieran corriendo de la hoja.

Sentado en los escalones tenía la cabeza entre las manos, permaneciendo en silencio largo rato, hasta que pasó por su lado una dormida y risueña joven castaña idéntica a la pelirroja que él guardaba, sintió una punzada de dolor al darse cuenta de que ella no sabia nada, lo mas seguro es que pensara que estaba de viaje…

 Miró el reloj de su muñeca, se le hacía tarde y tenía que ir a trabajar, pero “No quiero alejarme, no me concentro en lo que debo, no tiene sentido ir.”- pensaba, pero la rutina le ganaba y su cuerpo se movió sin la orden partir.

Aun pensando en que no quería ir, tomo su capa y dejó el castillo de sus padres distraído de los pensamientos que cualquier otro día le hubieran ocupado… como la importante reunión que tenía hoy y a la cual no podía faltar.

Para él siempre había sido lo primero, su trabajo, en la única librería que se encontraba el libro que buscas, tan solo cruzando su puerta. Era una tarea ardua que requería mucha concentración por su parte y un buen funcionamiento del sistema de detección mágica.

Hoy como tantos otros días tomó el transporte más rápido para ir de un edificio a otro, ya tanta experiencia tenía en viajar con la Red Flu, que ni en el mas accidentado de los viajes lograba que sus ropas, ricas y de buen gusto, no llegaran impolutas a la tienda en la que estaba de experto librero.

Allí lo aguardaba una exultante joven de unos 20 años morena y de ojos color verde mar, que como cada mañana lo saluda y le hace un comentario pícaro.

-Buenos días mi apuesto caballero, ¿hoy lograré su favor?-

-Hola Sara…- contestó distraído.

Su figura esbelta, de buenas formas y peso ajustado, hubiera tentado a cualquiera, puesto que siempre llevaba ropa bastante generosa en cuanto a vistas.  Pero para él ella no era mas que la hija del dueño, una niña lo suficiente inmadura como para ofrecérsele a cualquiera. Pasó por su lado habiéndola saludado, hacia la trastienda y ella un poco enojada lo fue a seguir, pero la llegada de su padre la disuadió de la persecución planeada.

Dejó su abrigo cuidadosamente sobre el respaldo de una silla, se desabrochó los gemelos de la camisa, siendo la rutina de cada día. Otros días se esmeraba en ordenar alfabéticamente los libros que tenía sobre la mesa y después lo hacía por secciones, hoy no le importó el montón de libros que esperaban su turno para pasar por sus manos expertas, se fue directo a las estanterías sección de “magia delicada” sección nombrada así para dejar claro que contenía libros de magia oscura y mas bien prohibida, con los que era mejor tener cuidado.

Que él pensase en recurrir a ese tipo de magia denotaba su desesperación y estaba desesperado porque no tiene las cosas bajo control. Además de porque quería a la pelirroja lejos de él, pero a su vez la quería cerca, lo suficiente cerca como para alargar la mano y tocarla. Tal vez por cabezota y orgulloso o simplemente por nunca haber sentido aquel cosquilleo en los dedos y el desasosiego de no verla, le iba a costar aceptar aquel sentimiento.

Recorrió con manos expertas todas y cada una de las estanterías de la sección “magia delicada” y en una segunda batida sacó unos cuantos libros que amontonó cuidadosamente en la mesa. Cogió el más delgado de todos y comenzó a hojearlo sin leer nada en particular, buscando con ojo experto la palabra “espejo”, “atrapamiento” o el conjunto “superficie reluciente”

No encontró nada y pronto dejó ese libro a parte y cogió el siguiente, el cual le llevó mas tiempo hojear puesto que su letra era mas pequeña y estaba mas apretujada. Encontró detallados dibujos sobre vudú,  “Realice un Gafe”, “enferme repentinamente” y “Olvide cosas” Eran algunos de los títulos capitulares que encontró en el libro, pero parecía que ninguno servía para lo que él necesitaba.

Había sacado de las estanterías los libros que su instinto le decía que eran los más apropiados y que su búsqueda en ellos fuese infructuosa lo dejó abatido y furioso consigo mismo. Para colmo sentía los fríos ojos de su jefe en la espalda, sabía que era observado detenidamente por el dueño y decidido intentar disimular sus ansias.

En ayuda a eso, sonó la campanilla de la puerta y eso suponía clientes a los que atender. Le llevó mas de la cuenta dar con el libro que la bruja deseaba adquirir, pero el dueño no daba señales de tener intención de ayudarlo, tan solo sostenía la cortina apartada, lo suficiente como para escrutar la tienda y que no le vieran.
Claro que ignoraba que la última vez que había lavado la cortina de separación, ésta había menguado, por lo que sus zapatos, de brillante charol negro, asomaban por el hueco de bajo, puesto que la tela no llegaba al suelo.

Al final la mujer se llevó lo que buscaba y él pudo meter el dinero en la caja. El resto del día fue mas bien tranquilo, más clientes que venían y mas libros que se iban, pero lo realmente importante llegó tras el almuerzo.

-Vamos, joven… pasa.-

El dueño lo reclamaba en el interior de su despacho y su puerta normalmente cerrada estaba custodiada por su hija, que se mordía los labios de forma picara al seguir con la mirada al apuesto empleado de su padre. Cerró la puerta en cuanto entró en la sala pero ella se quedó fuera, sabía que los asuntos de su padre no la incumbían en lo más mínimo.

Se acercó el hombre al fuego, dándole la espalda a su empleado y por unos segundos permaneció así, en profundo silencio hasta que se hizo incomodo.

Ese tiempo lo utilizó para que sus ojos se acostumbrasen a la penumbra de la sala y a la vibrante llama de la hoguera que caldeaba  la estancia en un vivo consumir de carbón de la mejor calidad calorífica y el suave aroma del roble que se carbonizaba en el hogar. Mucho mas no tuvo que esperar puesto que el librero se giró y lo miró, tan solo un segundo. Después se fue a su escritorio donde se sentó.

-Ethan tengo algo que contarte y algo que pedirte… pero vayamos por partes-

El hombre sonrió recordando la celebre cita de “Jack el destripador” y le ofreció un asiento frente a si mismo,  prendió una lamparita de mesa, que comenzó con luz débil  fue aumentando de intensidad evitando así que fuese molesta para los ojos.

Parecía triste y abatido, con sus manos en los reposa brazos de su sillón de cuero, esperando a que sus propias ideas tomaran forma para poder contarle todo al joven empleado que tenía enfrente y del que no dudaba de su profesionalidad si en cuanto a libros se trataba.